Comentario
Prácticamente en cinco años y otros tantos discos el artista vizcaino Mikel Urdangarin se ha convertido en una referencia mimada por la gente vasca que degusta la canción de autor. Ha llenado teatros traspasando barreras generacionales, y aunque tamizada por el imaginario serio del país, casi se podía hablar de una cierta urdangarinmanía.
Desde la generación de las “eles” de “Ez dok amairu”, que se pisó el terreno y el tiempo con la de Txomin Artola y Ruper Ordorika, no se puede hablar de un cantautor que haya despertado una respuesta suficientemente unánime hasta el éxito del cantante de Amorebieta que coincide con el cambio de década y la publicación de su tercer trabajo “Espilue”, que ya mostraba que además de cantar magníficamente, de tener una voz que marca cada canto con un estilo propio, había sabido rodearse de un sonido de elegancia folk: elementos anglo-celtas, ángulos clasicistas, sabor latino, ambientes de jazz... Encontramos cantos eficaces como “Hau ez da amodiozko kanta”, “Non geratzen da denbora” o “Baneki”, y también un par de gemas escondidas en “Lau koplatxo” y “Zatozte”, una línea de interpretación que él ha preferido dejar a un lado de momento.
El ritmo del éxito siempre ayuda a la fecundidad creativa y Mikel Urdangarin en comandita con Bingen Mendizabal y el poeta Kirmen Uribe no dejó pasar el 2001 sin editar “Bar Puerto”, un ciclo de canciones de hermosos perdedores reunidos en una taberna en torno a timbres folk, que tuvo continuidad con una serie de conciertos. El tiempo preciso para preparar “Heldu artean”, doce canciones nuevas que nos muestran a un Mikel Urdangarin más íntimo, más entregado a comunicarse con esa voz que quiere envolverlo todo.
“Heldu artean” se abre con facilidad en Oihana, una pieza no exenta de humor y de la que quizá ya es vieja sonoridad de las grabaciones de Mikel. Oihana cabalga en un caballo blanco elegante. Es una pieza muy artesanal, la artesanía de los buenos recuerdos. El segundo tema ya, Negua, es un canto que nos muestra esa sonoridad intimista que no todos los cantantes pueden permitirse. Tiene que haber una voz que llena tanto espacio. Mikel Urdangarin tiene esa voz, canta cada día mejor, y eso es ni más ni menos lo que la gente agradece de vez en cuando, alguien que sepa hacer bien su oficio. Luego se repetirá la aventura en On vas (Nora zoaz), un potente espacio para el “crooner” euskaldun sintiendo en catalán, y en Gaueko hamabiak que nos quitara la sonrisa de la boca al ritmo descendente del saxo.
Lehenengo moduan es otro rincón confesional y casi universal. Lo que aquí se canta provocará muchos “déjà vu”. La expresión desnuda del cantautor, el delicado acompañamiento que le lleva. Nos gusta este camino lleno de entrega y comunicación, de fuerza contenida, de cuerda bien utilizada. En busca de otra delicadeza sonora, con un gran saxo climático, encontramos Hegaz, un hechizo lleno de buenos consejos para la medianoche. Desde ahí pasamos a una sorpresa, Ekainak 27, una base de pop-rock con su teclado y su viento enriquecedor, una sección de ritmo perfecta. Hay también un dúo de voz y piano, Jadanik, con viejos sentimientos, viejos amigos y la vida que llama a tu puerta. Los cantos son a veces como piezas entresacadas de un diario. Eso nos viene también a la mente en Ez naiz oroitzen” y en Bolare. Hay piezas inclasificables como “Egon” o Maiatza con letra de Kirmen Uribe, que deja ese sabor de cercanía, la sensación de un regalo de voz y palabra personal.
PEI