OSCAR CUBILLO
Con el respetable sentado en butacas sobre el propio escenario del
Teatro Social Antzokia de Basauri y ante el sexteto dispuesto en
semicírculo panorámico, tan cinemascope que era imposible
abarcar de un vistazo desde el trompetista vestido con kaiku Ion
Celestino (San Sebastián, 1982) hasta la vocalista calzada con albarcas
Nerea Erbiti (Leiza, 1980), Lurpekariak dieron el sexto
concierto de su andadura, el primero tras la edición de su álbum de
debut 'Itsasotik iturrira / Del mar a la fuente' (Errabal), y a pesar de
la dificultad de su propuesta lograron interpretar sin necesidad de mirar ninguna partitura
(y eso que ese miércoles había una baterista suplente: Rakel Arbeloa,
Oibar, Navarra, 1991, sustituta del titular Israel Tubilleja, Zaragoza,
1978), abducir al público atentísimo y lograr que éste participara en el
happening final percusionista con panderetas y otros adminículos que le
cedió el grupo, más sus propios zapateados, palmas y golpes con las
sillas a cargo de las damas más animadas.
Lurpekariak, juego de palabras traducible como Los Subterráneos, se atreven con una alineación inusual, un sexteto con todos los componentes licenciados superiores en jazz:
trompeta, voz, dos baterías (compartían el bombo y se miraban frente a
frente la mentada sustituta Rakel y el otro titular, Daniel Lizarraga,
Pamplona, 1988), dos contrabajos (los de Javier Callén, Huesca, 1980, y
del tocado con txapela Ander García, Barakaldo, 1978, exdantzari que
algún paso se marcó en el happening). Con tales mimbres, o aperos, o
instrumentos, elaboran lo que ellos definen como «música arcaica del futuro», una suerte de jazz rural marcado por Laboa
(la voz femenina lánguida, distraída, dolida, aguda, siempre
juguetona…) y cuyas improvisaciones parecían emerger desde Nueva Orleans
(por la trompeta, por las ambientaciones palúdicas y misteriosas), unas
improvisaciones que nunca parecieron de relleno.
El público atento al semicírculo panorámico del sexteto. /
Gaizka Azkarate
Su concierto (de jazz sin partituras, insistamos en el detalle) duró
75 minutos exactos (contando los dos y pico de saludos finales) para una
docena de piezas consignadas en el bis que prácticamente recorrieron
íntegramente el debut 'Itsasotik iturrira / De la mar a la fuente'. La
única pega que se le puede poner es que los ejecutantes reprimieron la
pegada necesaria en el jazz y parecieron dejarse embargar por la
ceremonia canónica, como en una audición de conservatorio (a
veces se sentaban en sillas al margen pero a la vista los músicos cuando
no participaban en la pieza, ora los bateristas, ora los
contrabajistas…).
Su actuación cursó tan ondulante como las luces que subían y bajaban
de intensidad iluminando a los espectadores y músicos del tablado
entero. Lurpekariak arrancaron atávicos y sin prisas a lo Wayne Shorter
('Lehen agurra'), y el scat vocal fue más allá de la tradición jazz de
la vocalista bilbaína Itxaso (bien 'Banango zaharra'). Nerea entonó
premeditadamente atona y cuasi desafinada en 'Ez duzu zereginik', adaptaron al canónico arqueólogo musical Juan Mari Beltrán
con la heterodoxia que les caracteriza ('DRNBL', o sea 'Durunbele') y
quizá alcanzaron su cenit en '116', con las baterías protagonistas y la
trompeta muy sincopada, muy New Orleans.
Y ya hasta el adiós tuvimos tragedias solemnes ('Soldadu desertur
baten khantoria', sobre un soldado vasco en la Guerra Franco-Prusiana
1870-71), gradaciones étnicas ondulantes que transitaron por cantos
guerreros aparentemente aindiados ('Sagardantza'), más ambientaciones
crecientes ('Zakur bat dabil II') y el epílogo con 'Irrintzi' y el
público, tan formal, participando en el citado crisol percusionista tan
surrealista del final.
Cuando se quiten los nervios del estreno, Lurpekariak van a romper la pana. Atentos a su actuación de este sábado 17 en Ermua (Lobiano, 20 h, 8 €).