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Colgado del didgeridoo


Diario Vasco (DVORAME 21/10/2003)

Texto: Juan Carlos Taboada / Foto: Mikel Fraile

El oiartzuarra Iban Nikolai es un enamorado del ‘didgeridoo’ australiano. En su local de Arragua tiene instrumentos, como el de la foto, realizados por aborígenes en colaboración con auténticas termitas

No es el oiartzuarra barrio de Arragua lugar muy similar a nuestros antípodas, pero Iban Nikolai ha ornamentado su piso con recuerdos australianos. El txoko refleja su pasión: el didgeridoo aborigen, tubo al que soplando con destreza en la respiración se le saca un sonido ronco que ha animado la tradición cultural de aquellas gentes. Iban ha estudiado y practicado el didjeridu con maestros australianos. Este verano participó en un curso cerca de Amberes, Bélgica, impartido por especialistas como Gary Thomas (que estuvo en el Festival Nuevas Músicas de Donostia), Charlie McMahon, Marc Atkins y otros sopladores. Y acaba de regresar hace unas semanas del mayor encuentro didgeridoo del mundo, en el norte de Australia. El mismo organiza cursillos y prepara su segundo disco: Didjeridu hotsak. Ha contado con Gogi Style, albaceteño-granadino que le da al flamenco con guitarra, djembé, cajón y otras percusiones. A Iban se le puede ver tocando en la calle, o colaborando con Luis Camino o en el inmediato disco autónomo de Xabi San Sebastián, vocalista del grupo Alboka.

¿Cómo llega un chico de Oiartzun a interesarse por un instrumento tan alejado de su cultura?

Lo conocí en un viaje a Londres, a los 16 años. Escuché su sonido en un concierto y, aunque aún no era muy importante para mí, lo tuve en cuenta desde entonces. Con veinte años me fui a vivir a Inglaterra y allí me regalaron un didgeridoo de bambú con el que empecé a aprender la técnica hasta tocarlo, como sucede ahora, de forma profesional.

¿Tuviste maestros que te ayudaran o lo hiciste de forma autodidacta?

Hasta el primer año no tuve ningún maestro, pero a partir de entonces empecé a recibir clases. En total he tenido trece maestros, el último, en Australia, fue el músico aborigen Djalu Gurruwiwi que en estos momentos es la persona más representativa del didgeridoo en el mundo. He ido a la cuna del instrumento a aprender con él junto a otros veinticinco estudiantes de todo el mundo.

¿Cómo fue ese paso por Australia?

Estuve algo más de dos meses, muy intensos, que han sido mi primera toma de contacto. Pasé las primeras tres semanas con los aborígenes, aprendiendo y participando en el festival. Tuve, además, la oportunidad de convivir con ellos. Instalé mi camping en una reserva aborigen e incluso llegaron a adoptarme como parte de su familia. Para mí ha sido un puntazo. Las familias allí están estructuradas de otra manera, tienes como siete madres, dos padres, un montón de primos, hermanos... Me sentí como parte de su familia, algo que no me esperaba. Fue una experiencia increíble.

El didgeridoo fue un instrumento tribal. ¿Qué queda de todo esto?

Para los aborígenes es sagrado, aunque todo el mundo puede tocarlo, salvo en ciertas ceremonias. Hay muchas leyendas entorno a ese instrumento.

¿Cómo toma un aborigen que el hombre blanco se adentre en su terreno?

En la actualidad bien. Precisamente acabo de llegar del Festival Garma en Australia. A través de este certamen los indígenas nos abren sus puertas al resto del mundo. Ha habido como unas 1.600 personas, la mitad de ellas aborígenes. Aceptan que queramos aprender de su cultura siempre y cuando no sea de una forma impuesta. Cuando llegó el hombre blanco a Australia les impuso sus reglas y no están dispuestos a que se repita.

Al margen de la música, ¿cuál es la situación actual de los aborígenes?

Los han masacrado. Su situación actual es muy frágil, pende de un hilo. No llegan a pasar de los cincuenta años de media, hay mucha enfermedad y sobre todo mucha confusión a su alrededor. Llevaban una forma de vida completamente diferente a la occidental y entró el blanco imponiendo sus reglas, su cultura y su forma de vivir. Todavía hoy se aprecia esa confusión en los aborígenes, eso hace que se den a la bebida y no puedan evolucionar culturalmente.

¿Es complicado arrancarle sonidos a este instrumento?

Es un tronco de eucalipto vaciado por las termitas, que son las encargadas de hacer el agujero por el que circulará el aire. Para conseguir que suene hacemos vibrar los labios desde la boquilla y no hay ningún otro misterio para arrancarle sonidos. El didgeridoo es un amplificador y es el músico el que elabora todos los sonidos que finalmente salen por el instrumento. No es demasiado difícil.

¿Y en qué consiste la técnica de la llamada respiración circular?

Se trata de una técnica similar a la que se utiliza en el País Vasco con la alboka. Consiste en conseguir echar continuamente el aire por la boca, y mientras tanto vamos respirando por la nariz. Es una técnica que cuesta un poco, pero al final se logra. Uno puede estar durante media hora sin parar tocando el didgeridoo.

¿Se puede vivir de este instrumento?

No sé lo que pasará en un futuro, pero ahora mismo sí que se puede. Durante este noviembre he empezado a dar clases en Donostia y toco en la calle, donde aprovecho para vender mi primer disco Yurlumggur (La serpiente del arco iris); y estoy preparando el segundo que titularé Didjeridu hotsak. Existen además currillos puntuales y en verano salen muchos festivales por Europa: en Alemania, Holanda, Francia. En España también hay iniciativas, como el festival de Arbúcies en Girona, dedicadas exclusivamente al didgeridoo. Y mis gastos no son muchos. Vivo en la Casa de Cultura Goiko Eskola de Oiartzun, junto a otros músicos. Aquí ensayamos y realizamos todo tipo de actividades culturales.

¿Qué etiqueta se le puede poner a la música que tú haces?

No tiene nada que ver con la tradicional. Yo toco el didgeridoo y ellos tocan el yidaki con ritmos totalmente diferentes a los occidentales. Para mí tocar el didgeridoo supone libertad, toco lo que me sale, con mis propios ritmos. En estos momentos estoy en dos formaciones a la vez: una junto a un músico flamenco, y la otra dentro del grupo Didgeridrum integrado por Javier Area (batería), Ritxi Salaberria (bajo) y Luis Camino (percusión).

El registro del didgeridoo parece escaso, ¿qué posibilidades musicales tiene?

Los auténticos didgeridoos permiten dar una sola nota, pero dentro de ella caben muchos sonidos diferentes. Alguna gente piensa que este es un instrumento muy limitado, pero en realidad tiene unas posibilidades que no tienen otros. Existen además unos didgeridoos que permiten cambiar de nota. Están hechos de PVC y, como si fuera un trombón de varas, pueden estirarse y encogerse para abarcar un registro de varias notas. El sonido final no es muy diferente al de los instrumentos de madera.

Salir con el didgeridoo a la calle no es como hacerlo con una guitarra. ¿Qué respuesta ves en la gente?

La gente es muy curiosa, incluso aquella a la que no le atrae la música para nada. El sonido es ancestral, profundo y atrae al público. Además visualmente es muy espectacular y se te acercan para preguntar o simplemente para verlo.

El que quiera iniciarse en este instrumento ¿cómo sabe que está comprando un buen instrumento?

No lo sabe. El 50% de los didgeridoos que se venden en Australia son malos, están rajados o tapados con pintura. El comprador inexperto no puede saber si le están timando, se tiene que fiar del vendedor o hacer que se lo fabrique directamente un aborigen, como he hecho yo en mi viaje.