Comenzó
tocando el saxo, “sin molestar demasiado a los vecinos”, en la plaza de
Arizgoiti y hoy lo hace ante miles de personas en el BEC, el Palacio de
los Deportes de Madrid o, en un par de meses, en aforos enormes de
Buenos Aires o Montevideo. El basauritarra Javi Alzola es el único
músico que continúa tocando junto a Fito desde que iniciase su andadura
con los Fitipaldis y aporta un sello muy particular a sus temas. Durante
este arranque de año aprovechará un pequeño parón en la gira para
presentar un disco junto al guitarrista Miguel Salvador o disfrutar de
la tranquilidad de la vida lejos de la furgoneta, los aviones y los
grandes focos.
Desde el punto de vista musical, Javi Alzola vive en dos
mundos. A nivel particular protagoniza proyectos jazzísticos de
categoría, pero que por su cariz son casi siempre minoritarios. En el
lado opuesto, su saxo es desde hace más de dos décadas un elemento
central de la música de Fito y Fitipaldis, cuyo éxito en el Estado no
tiene prácticamente parangón. Y él se siente muy cómodo en ambas
facetas.
“En mis proyectos más propios me centró en el jazz. El disco
que publicamos este mes sale como Miguel Salvador y Javi Alzola. Es un
álbum de jazz moderno grabado en directo y, en mi opinión, muy fresco.
Tocamos en salas pequeñas o festivales de jazz para un público
minoritario y fiel. No obstante, el proyecto de Fito es muy especial
porque nos permitimos el lujo de hacer mucha música, tocamos muchos
solos y eso es muy satisfactorio para los músicos. Esa manera de
trabajar te permite aportar”, explica.
En las palabras de Alzola hacia Fito Cabrales se percibe
aprecio y admiración. El saxofonista basauritarra valora que el proyecto
haya conseguido llegar a un público masivo con un proyecto musical
elaborado. “Tiene mérito que haya llegado a miles de personas un
proyecto así. Hay gente que me ha dicho que Fito y Fitipaldis culturiza
al país porque hace llegar una música en la que se da protagonismo a los
instrumentos, yo estoy bastante de acuerdo. Fito es al primero al que
le gusta dar cancha a los músicos”, añade.
Este aprecio personal y profesional es mutuo. El músico
bilbaino señalaba recientemente en una entrevista que si Alzola se
marchase “debería disolver la banda”. “Es una parte muy importante, no
solo por su amistad, es una de las partes que hace reconocibles a los
Fitipaldis”, señalaba Fito. “Haber logrado ese sonido de banda es algo
muy interesante y complicado”, indica Alzola.
Con la macrogira de Fito parada hasta abril, disfruta de este stand by
visitando a la familia en Basauri o aprovechando para descansar en
Gernika. Allí vive desde hace más de una década junto a su mujer y sus
hijos, Ekain y Ager, de 18 y 11 años, aunque como músico se comenzó a
forjar en Basauri. “Empecé de manera autodidacta. En mi casa se
escuchaba mucha música y mi padre cantaba en la coral. Empecé con la
flauta, la guitarra y luego el saxo, todo muy seguido, siendo un
adolescente. Con 17 años ya tocaba con una banda en verbenas”, explica
con una sonrisa.
Después vendría su formación en Bilbao, Madrid o París, algo
que le ayudaría a forjar un currículum musical que impresiona. Alzola ha
sido requerido por un amplísimo número de músicos, desde Richie
Rosemberg (trombón de Springsteen) a Kepa Junkera pasando por Ariel Rot.
Su participación en certámenes de jazz con diversas bandas le ha
llevado a lograr numerosos reconocimientos y recorrer medio mundo, de
Shanghai a Santiago de Chile. Un viaje que empezó a fraguarse en un piso
de la torre más alta de Arizgoiti.